Sin fronteras abrazando el dolor y la esperanza

Publicado el 23/10/2022
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Suele sucedernos que más allá del perímetro de nuestra tapia habitual no acertamos a ver más cosas. Pero hay mucho más sufrimiento y más esperanza de esa frontera que alcanza a ver nuestra mirada. No es cualquier cosa que tengamos un horizonte largo y ancho como es el mundo de nuestra humanidad. Tantas guerras entabladas por intereses siempre mezquinos que acorralan y fusilan la paz. Tantas violencias que a diario socavan la convivencia en los hogares y en las relaciones más inmediatas. Tantas corrupciones que roban a mansalva simplemente por aprovecharse con demagógica pretensión en nombre de la nada. Tantos atentados contra la vida que invocan extraños derechos que nadie tiene cuando se trata de enmendar la plana a la verdad del hombre y la mujer en un proyecto que pretende reescribir la naturaleza según el capricho ideológico de unos inanes incultos que nos imponen sus leyes.

Pero hay vida más allá de estas fronteras. Más esperanza y más desolación también. Y esto lo sabemos bien los cristianos que tenemos como encomienda desde aquella despedida de Jesús, nuestro Maestro, el ir hasta los confines del mundo para anunciar una buena noticia. Son confines espaciales porque abrazan toda la geografía del universo mundo, y son confines temporales porque no se ciñen a una única época: en todo tiempo y en todos los lares, estamos llamados los cristianos a llevar ese mensaje de esperanza que Jesús mismo puso en nuestras manos, que siguen repartiendo la paz y el bien que Él comenzó a regalarnos.

El mes de octubre siempre tiene una cita misionera con ese domingo en el que recordamos todo esto: el domingo del “Domund”. Ya no son las huchas de barro con carita de negrito o cabecita de chinito como antaño las que paseamos por nuestras calles, colegios y parroquias recabando una ayuda humilde para nuestros misioneros y sus obras apostólicas. Se nos pide igualmente esa ayuda económica. Pero ahora se nos pide algo más: ejercer nuestra vocación misionera allá donde estemos. El bautismo nos empuja a ir hasta los confines del mundo para anunciar a Jesucristo, aunque esos confines coincidan con los ámbitos familiares, amistosos y laborales donde a diario nuestra vida circula.

Como dice el Papa Francisco en su mensaje para este día del Domund, «los primeros cristianos, en efecto, fueron perseguidos en Jerusalén y por eso se dispersaron en Judea y Samaría, y anunciaron a Cristo por todas partes (cf. Hch 8,1.4). Algo parecido sucede también en nuestro tiempo. A causa de las persecuciones religiosas y situaciones de guerra y violencia, muchos cristianos se han visto obligados a huir de su tierra hacia otros países. Estamos agradecidos con estos hermanos y hermanas que no se cierran en el sufrimiento, sino que dan testimonio de Cristo y del amor de Dios en los países que los acogen… Experimentamos, en efecto, cada vez más, cómo la presencia de fieles de diversas nacionalidades enriquece el rostro de las parroquias y las hace más universales, más católicas. En consecuencia, la atención pastoral de los migrantes es una actividad misionera que no hay que descuidar, que también podrá́ ayudar a los fieles locales a redescubrir la alegría de la fe cristiana que han recibido. La indicación “hasta los confines de la tierra” deberá́ interrogar a los discípulos de Jesús de todo tiempo y los debe impulsar a ir siempre más allá́ de los lugares habituales para dar testimonio de Él».

Es una buena ocasión, para mirar a nuestros misioneros y ayudar de tantos modos con nuestros donativos y plegarias, pero también para mirarnos a nosotros como misioneros allí donde el Señor nos ha colocado: anunciar la buena noticia de Jesús es siempre la tarea a la que todos estamos llamados.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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