Recomienzo en Covadonga

Publicado el 04/09/2022
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Comienza nuestra andanza tras el estío caluroso y fogoso, y la cita para nosotros en Asturias coincide con la novena a la Santina. Allá suben nuestras buenas gentes venidas de todos los rincones de nuestra tierra del Principado. Ondean las banderas en la Basílica de Covadonga con el tímido vaivén de una brisa tenue, mientras pone música de fondo el tañer de las campanas. El valle del Auseva se hace mástil de pueblos hermanos cuyas enseñas se ventilan ante los aires amables que llevan y traen los recuerdos de pasados inolvidables, de los futuros ensoñados y de los presentes que ponen la fecha de nuestra edad entre ambos. Sí, pueblos hermanos por una lengua común, por una historia compartida que se supo mestizar, por una fe cristiana concelebrada con gratitud y esperanza. Así, al visitar ese rincón asturiano, verdadero pórtico de nuestros Picos de Europa, se agolpan y amalgaman una belleza natural que nos conmueve, una historia identitaria que nos señala como pueblo que nació en esas montañas, y una fe que sabe reconocer en aquella Santa Cueva la herida de la roca en la que se hizo casa habitada y encendida por la presencia dulce de nuestra Señora.

Asturias tiene este timbre de gloria entre la tierra, la historia y la fe, que hace de nuestra gente esa maravilla admirable que no podemos ni olvidar ni traicionar. Así lo hicieron cuantos tuvieron que dejar nuestra tierra por causas mayores, sin olvidar la historia que seguirá escribiéndose en otros lares y de otra manera, y llevándose la fe que latía en aquellos corazones: una fe que tenía mirada de madre y entrañas de mujer, con la Santina que siempre sostuvo la esperanza de volver a la patria chica, suelo nutricio donde nacieron tanta belleza y tanta bondad.

Nos dotaron de dos piernas y con ellas aprendimos a andar. El Creador nos hizo así a nosotros. No somos reptiles que arrastran su ser, o peces que aletean por las aguas, o aves que surcan los aires con sus alas desplegadas. Nosotros tenemos dos piernas y con ellas hemos aprendido a caminar nuestros senderos diversos. Algo tan remoto en nuestra vida, que acaso hemos olvidado aquel original tram-tram con el que comenzamos a movernos ensayando una inocente independencia en el ir de aquí para allá. Es una humilde parábola de lo que es propiamente la vida cotidiana en la maraña de nuestras agendas, en el caleidoscopio de nuestros intereses, y en la trama de nuestra biografía.

En estos días de la novena a la Virgen de Covadonga estamos descubriendo las ganas que se tenía de retomar lo que nos ha sido hurtado y secuestrado por la malhadada pandemia y sus gestiones variopintas y a veces alicortas. Pero nuestra gente sencilla sabe qué es lo que necesita para volver a poner sentido, anhelo y significado en la vida cotidiana cuando nuestras relaciones piden restaurarse, los trabajos y descansos retomarse, y la expresión de aquello que sentimos y en lo que creemos nuevamente reestrenarse. Porque somos peregrinos de una tierra siempre nueva, de un cielo que nos aguarda de tantas maneras, de una belleza que no es ficticia, de una verdad que no engaña y de una bondad que nos hace amables cada día.

En Covadonga recomienza el curso, y con él nuestros sueños indómitos que no se resignan a los dictados de quienes nos dicen lo que tenemos que hacer paternalistamente con sus trampas habituales tan llenas de engaño. Esta ha sido la imagen preciosa y esperanzadora que en estos días se puede contemplar en el trasiego de una novena a nuestra Santina que marca el inicio tras la pausa veraniega. La gente que vemos llegar con sus esperanzas a flor de piel, con sus heridas restañadas, con sus ensueños de nuevo despiertos, nos está diciendo de tantos modos que Dios anda cerca de todas nuestras encrucijadas.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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