Un mapa para la meta ensoñada

Publicado el 05/09/2019
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Andamos con los bártulos del cole, que en breve comienza. Con pinturas de colores nos afanamos en dibujar un mapa para no perdernos en el camino por esa intrincada y apasionante aventura que es vivir. Los mapas nos ayudan a ubicarnos en los lugares por donde discurren nuestras andanzas. Nos permiten situarnos en un enclave, ver el recorrido hecho que dejamos a nuestras espaldas, y trazar el camino adecuado para proseguir hasta la meta en la que nos espera el Señor de la historia tramo a tramo, como dulce compañía que se pone a nuestro lado. Jesucristo siempre será el Camino, pero es también el Caminante que acompaña y el destino hacia el que se dirigen nuestros pasos.

Por este motivo, una comunidad cristiana que quiera realizar ese itinerario de la fe en medio de las encrucijadas varias que nos brinda la vida, ha de mirar el mapa para no improvisar atajos que nos desvían o, tal vez, que nos llevan a ninguna parte o nos encierran en un dar vueltas como noria que no tiene norte ni salida. Un mapa no es una pretensión que tiene nuestra medida, sino una ayuda que nos aclara, nos empuja a orar y a preguntarnos ante el Señor por dónde va nuestra vida personal y comunitaria.

Estos mapas suelen llevar el nombre de planes pastorales. En nuestra Archidiócesis de Oviedo llevamos ya tres cursos en los que ese especial mapa lo realizamos en Covadonga participando un nutrido grupo de cristianos: arzobispo y vicarios, arciprestes, delegados episcopales, seminarios diocesanos. Ahí estamos representados los pastores, los consagrados y los laicos, las distintas áreas pastorales y las diversas zonas de nuestra geografía diocesana. Tras la labor previa de revisión donde se evalúa el trabajo del curso anterior, llegamos a ese lugar especial, verdadero corazón espiritual de Asturias para orar, reflexionar y discernir en una grata y fraterna convivencia.

Precisamente por la novedad que esto entraña, debemos sacudirnos ciertas inercias que se amparan en la costumbre habitual del “siempre se hizo así” inmovilista, o en la pereza del “no nos moverán” de nuestros intereses y seguridades. Necesitamos esa conversión pastoral a la que el papa Francisco convoca y reclama (cf. Evangelii Gaudium, 25-26), zambulléndonos en la novedad sabrosa de quien se deja sorprender y de quien evangélicamente se deja llevar.

“¿Qué hacéis ahí parados, galileos, mirando al cielo?” (Hch 1, 11), se les dijo a los discípulos cuando vieron que Jesús marchaba ascendido al cielo. Pero esa pregunta preguntaba también otra cosa: a qué cielo miraban, desde qué balcón ellos se asomaban a la misma vida. Acaso era el cielo de sus temores con sus inciertas órbitas, contempladas tan sólo con su curiosidad de extraños astronautas que quieren contar, pesar y medir sus decisiones, sus estrategias, sus seguridades… constatando con dolor lo poco para lo que ya servían y lo vacíos que ellos quedaban. Un cielo y un balcón, que no brindaba la mirada ante la verdad ni entreveía el horizonte que se puede contemplar con ojos creyentes, no simplemente asustados, temerosos, vacilantes. Esto tenía lugar hace dos mil años mientras Jesús decía adiós a sus discípulos confiándoles lo que el Padre le había confiado a Él: una transmisión que no era una ruptura brusca, sino una bendita continuidad.

Al comenzar el curso y ayudados por cuanto nos hemos ofrecido para encauzar nuestra labor ante los desafíos presentes, acogemos el mapa que dibuja nuestra actual andadura con este nuevo plan pastoral. Asomados al balcón de Covadonga, con la mirada prestada de nuestra Madre la Santina, nos ponemos a la escucha del Espíritu que incesantemente nos llega, mientras pedimos al buen Dios que no deje de sostenernos en la búsqueda de su gloria y en el servicio a los hermanos.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

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