Los nuevos ángeles, entre oraciones y ovaciones

Publicado el 29/03/2020
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Son dos citas cada día, que puntuales nos avisan con distinta convocatoria para un motivo tan común que acaba siendo el mismo. A las doce del mediodía las campanas suenan invitando a un alto en el camino. Es la hora del ángelus, cuando los cristianos recordamos el anuncio que se le hizo a María en su casa de Nazareth. Ella estaba tranquila, sin especial sobresalto, pero aquel mensajero llegó y la turbó profundamente: que siendo como era doncella, podría ser madre… nada menos que del Mesías esperado, Madre del mismo Dios. Y entonces María pensó que era un error, que se había equivocado de dirección y le habían dado mal las señas. Pero no, era a ella a quien le escribía semejante carta Dios y se la mandaba con aquel curioso cartero.

¿Qué dijo María? Que necesitaba ayuda para creer. Y fue cuando Gabriel, que es como se llamaba, le dijo algo tan hermoso, como cotidiano. No le escribió un tratado, ni le dio bibliografía, sino le dijo algo mucho más sencillo: asómate a la vida, y verás cómo desde ese balcón sucede a diario que lo imposible para los hombres es posible para Dios.

Entonces la Virgen se fio de esa palabra. La prueba que se le dio era que su anciana prima Isabel, estaba ya de seis meses de embarazo quien parecía maldita por estéril. Lo imposible se hace posible. Y María lo creyó. Esto es lo que cada día, a las doce de la mañana, recordamos con la oración del ángelus mientras suenan las campanas. Desgranamos nuestras tres avemarías pidiendo a la Señora que no nos deje de su mano en estos momentos que tanto destrozo nos infligen, tantas lágrimas nos provocan, tantas preguntas nos asaltan dejándonos pobres de certezas ante el mañana y cargados de melancolía por el tiempo pasado. Rezamos por los enfermos infectados en número todavía creciente, por los que han caído en la muerte de su ocaso, por cuantos los cuidan como sanitarios, por tanta buena gente que, desde su lugar y saberes, arriman el hombro y arriesgan sus vidas.

Hace unos días supimos la noticia de cómo había nacido un niño de una mamá que estaba infectada del coronavirus. Toda una parábola del nuevo ángelus, de cómo de los imposibles pueden nacer los posibles, de cómo del mal de una pandemia puede nacer el bien de una esperanza con una nueva existencia. Me imagino la cabecina de aquel pequeñín cuando también él se asomó a este mundo en este momento. Era un ángel mensajero que traía esa insólita buena noticia. Deseamos que crezca sano como sano nació, y que su mamá pueda curar para cuidar también de su pequeño junto al resto de su familia.

La segunda cita es al caer del día, cuando los relojes tañen las ocho de la tarde. No son campanas ni tampoco es una cita para la oración. Se abren las ventanas y balcones, y la gente asoma su gratitud inmensa dejando que desde el confinamiento en los hogares se eleve al cielo una ovación. Los aplausos a tanta gente buena que merece el batir de nuestras palmas como ante un canto hermoso, o una victoria deportiva, o una llegada esperada y querida. Bien por esa música, bien por esa conquista, bien por ese arribo bienvenido. Aquí las palmas llevan los nombres anónimos de tantas personas que son como ángeles también: los que detrás de cada enfermo, detrás de un microscopio, detrás de una ambulancia, detrás de una caja de supermercado, detrás de una vigilancia policial, detrás de tantos gestos discretos y generosas entregas, se está consiguiendo que vayamos ganando la partida a la pandemia.

Dos citas, dos horas, para la oración y la ovación. Los ángeles, mensajeros siempre del buen Dios, no tienen alas, aunque todos llevan ahora mascarillas, guantes y gafas. Y a través de todos ellos, el Señor sigue sosteniendo la esperanza.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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