La riqueza de los años: brindis por nuestros mayores

Publicado el 18/07/2021
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Era una tarde soleada. La plaza estaba henchida de vida y gozaba del juego de los años que la llenaban. Unos niños correteaban tras una pelota alocada en sus botes imparables. Las niñas saltaban con destreza acrobática la comba con ritmo envidiable. En esta guisa estaban también los ancianos que se enternecían mirando a los más pequeños con una vitalidad reconocible, justo la que ellos tuvieron en aquellas edades, que ahora se hacía mueca de sonrisa, ternura en sus arrugas, mientras atusaban las canas blanquecinas al aire de una brisa amable que no les robaba las ganas de soñar despiertos en aquel atardecer. Los gritos infantiles y sus vitales correteos hacían de música de fondo que enmarcaba sus recuerdos como en un escenario gratuito que les convocaba sin falta cada día, si no hacía presencia la lluvia hermana que por estos lares es frecuente. Los ancianos de la plaza iban cada tarde allí, precisamente por eso: para asomarse a una vida colorida, con sus sorpresas y azares: juguetona en las inocentes travesuras de los niños; enamoradiza en los requiebros de quienes se piropean con los ojos y son discretos con sus arrumacos amantes; apresurada en los que van y vienen de aquí para allá y hablando por el móvil mientras caminan; serena y solemne en los que tienen su andanza comedida y pasean su mirada curiosa registrando cada escena variopinta. Una plaza que tiene a los viejos como testigos que llevan en el arco de los años, su colmada biografía.

Al fondo de aquella plaza, se levanta enhiesta la torre de la Catedral. Ella proyecta su aguja y campanario hacia un cielo de vida eterna, mientras acaricia con respeto con su sombra la vida longeva de nuestros ancianos que cada día la visitan. Es el signo de una vida gastada en todos los climas: los inviernos que nos hielan, las primaveras que nos renacen, los veranos que nos agostan y los otoños que nos serenan. Una vida larga con todos esos registros que anotan nuestros sueños y las pesadillas, las alegrías que dibujaron sonrisas en el rostro y las penas que pusieron lágrimas en los ojos, los momentos de acierto y los de despiste, los de gracia y los de pecado, con salud inquebrantable y con achaques que no nos abandonan al paso de los años. Una vida así nos purifica el horizonte, nos aligera el equipaje, y nos permite entender tantas cosas con una sabiduría que te concede el haber aprendido de tus errores con sus trampas y el haber afianzado humildemente los aciertos que nos hacen verdaderos. Es hermoso saber que, desde los pequeños hasta los ancianos, en todos ellos Dios crece a la par, cumple sus años y sostiene y acompaña la vida poniendo luz y esperanza.

El Papa Francisco tuvo unas hermosas palabras en un congreso celebrado en Roma en 2020 que se tituló “La riqueza de los años”. Decía él: «Concediendo la vejez, Dios Padre nos da tiempo para profundizar nuestro conocimiento de Él, nuestra intimidad con Él, para entrar más y más en su corazón y entregarnos a Él. Este es el momento de prepararnos para entregar nuestro espíritu en sus manos, definitivamente, con la confianza de los niños… Cuando pensamos en los ancianos y hablamos de ellos, sobre todo en la dimensión pastoral, debemos aprender a cambiar un poco los tiempos de los verbos. No sólo hay un pasado, como si para los ancianos sólo hubiera una vida detrás de ellos y un archivo enmohecido. No. El Señor puede y quiere escribir con ellos también nuevas páginas, páginas de santidad, de servicio, de oración. Hoy quisiera deciros que los ancianos son también el presente y el mañana de la Iglesia. Sí, ¡son también el futuro de una Iglesia que, junto con los jóvenes, profetiza y sueña! Por eso es tan importante que los ancianos y los jóvenes hablen entre ellos, es muy importante».

La riqueza de los años, en la plaza cotidiana donde la vida se pasea con sus edades y Dios la acompaña. Una hermosa iniciativa la de dedicar un día al año a nuestras personas mayores, con motivo de la festividad de dos viejitos especiales: San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

 

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