La pasión de esperar, certeza de una promesa

Publicado el 29/11/2020
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En una de sus confesiones más sinceras, el premiado escritor italiano Cesare Pavese, quiso abrir su corazón para compartir a bocajarro lo que le embargaba esa alma que él juzgaba poco creyente. Maestro de la pluma, fino narrador de las entretelas humanas, tenía un algo, un no-sé-qué… que le dejaban balbuciendo continuamente hasta reconocer que de aquello que realmente le interesaba no sabía nada, entendía muy poco, dejándole como pobre mendigo ante sus propias palabras, tan celebradas por quienes otorgaban galardones literarios.

Al venir de recoger un premio de literatura, algo así como nuestro premio Nadal, quiso escribir con un desgarro impresionante unas notas íntimas. Las recoge Luigi Giussani en una página memorable de su libro El sentido Religioso: «“Lo que un hombre busca en los placeres es un infinito, y nadie renunciaría nunca a la esperanza de conseguir esta infinitud”. La observación de Pavese encuentra en su Diario otras confirmacio­nes dramáticas. Cuando el escritor obtuvo el premio literario ita­liano más conocido, el premio Strega, comentó: “también has conseguido el don de la fecundidad. Eres dueño de ti mismo, de tu destino. Eres célebre como quien no trata de serlo. Pero todo esto se acabará. Esta profunda alegría tuya, esta ardiente saciedad, está hecha de cosas que no has calculado. Te la han dado. ¿A quién, a quién, a quién darle las gracias?”…         Pero ya entre las primeras anotaciones de su diario aparece una observación que tiene un valor capital: Qué grande es el pen­samiento de que verdaderamente nada se nos debe. ¿Alguien nos ha prometido nunca nada? Y, entonces, ¿por qué lo esperamos?”. Quizá él no pensó que la espera constituye la estructura misma de nuestra naturaleza, la esencia de nuestra alma. No es resultado de un cálculo: es algo dado. La promesa está en el origen, procede del origen mismo de nuestra hechura. Quien ha hecho al hombre, lo ha hecho “promesa”. El hombre espera estructuralmente, es mendigo por estructura; la vida es estructuralmente promesa».

Siempre que releo estas líneas, me conmuevo ante mi propia vida y sus entresijos. Si al afirmar Cesare Pavese que nadie le ha prometido nada para intentar así mantener y, hasta, justificar su falta de fe, su incredulidad, sin embargo, no puede censurar sin engañarse a sí mismo que su corazón espera: espera algo, espera a alguien, pero no sabe dejar de esperar. Este es el drama, el verdadero desafío ante nuestra libertad. No la comedia de quien todo se lo toma a risa, ni la tragedia de quien no ve jamás un horizonte de salida a su existencia. Es un verdadero drama, donde las preguntas que más nos anidan, las que más nos duelen, las que auténticamente nos queman, no son preguntas que nos hayamos inventado nosotros o que sean prestadas, sino que nos han sido dadas como un reclamo que provoca en nosotros una humilde respuesta. Si nadie nos ha prometido nada, si todo nos ha sido dado, ¿por qué yo no sé dejar de esperar? ¿por qué necesito saber a quién debería darle agradecidamente mis gracias?

Este es el argumento cristiano que se nos plantea siempre que llega el tiempo de adviento: un tiempo donde poner nombre a mis verdaderas preguntas, donde aprender a templar mi auténtica espera. Porque vienen de sobresalto tantas cosas que me espolean a diario y que no sé gestionar ni resolver por mí mismo. Y entonces brota esa conciencia de que soy mendigo de un abrazo que pueda colmar mi espera, mendicante de una respuesta que ponga música a la letra de mis preguntas todas. Se inicia el tiempo del adviento, en una circunstancia como la nuestra cuando nos acorralan tantas cuestiones que pululan en el aire contaminado de una extraña época. Para esto vino Jesús hace dos mil años, para esto no deja de venir y llamar a mi puerta. Es el adviento de este año, tan distinto, tan inédito, tan insospechado. Al final de la cuesta, vendrá el Señor con su presencia y su respuesta. Esto es lo que nutre sin aburrimiento la esperanza cristiana.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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