La crónica cristiana ante la pandemia

Publicado el 22/03/2020
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Seguimos cada día las noticias de cómo evoluciona la pandemia que nos asola, y nos asomamos a nuestra gente más querida y cercana, para descartar aliviados que no nos ha llegado su dardo, o para preocuparnos si el coronavirus ha llamado a nuestra puerta. No son jamás cifras anónimas las que a diario actualizamos, pero cuando tienen nombre y hogar más conocidos, crece el estremecimiento ante lo que nos está poniendo a prueba.

Se cerraron los templos, no nuestro corazón, en donde poder adorar a Dios en espíritu y verdad, como nos recordaba Jesús en el Evangelio de su encuentro con la Samaritana. De ayuno, oración y limosna nos habla la liturgia de este tiempo cuaresmal. Pero en estos tres gestos típicamente cuaresmales, la circunstancia nos impone la creatividad de redescubrirlos y vivirlos de un modo nuevo. Ayunamos de tantos gestos y expresiones de cercanía física, pero no del afecto que nos mueve a una fraterna y agradecida solidaridad colaborando responsablemente con las indicaciones que se nos dan. Oramos como quien se sabe mirado y sostenido por un Dios que está en todas partes, en nuestros hogares, en nuestra familia que se reúne en su Nombre bendito para rezar, en la intercesión que nos mueve a pedir por los enfermos, por los profesionales de la salud que tanto se entregan en estos días con inmensa generosidad, por los que han fallecido implorando para ellos el eterno descanso, por nuestros sacerdotes y tantos cristianos que sostienen la esperanza y la alegría de los hermanos que Dios les confía en su Iglesia. Y, hacemos limosna especial, sabiendo que nosotros somos la principal moneda con la que salimos al paso de tantas necesidades en personas faltas de recursos en tantos sentidos, de confianza, de compañía, de luz en estos momentos. Orar, ayunar y dar limosna… de pronto se nos presentan como gestos nuevos en esta inaudita cuaresma.

Me llegan testimonios preciosos de nuestros sacerdotes que en sus parroquias celebran diariamente la Santa Misa solos o con un pequeño grupo de fieles, elegidos por ellos mismos entre los catequistas y colaboradores. Sacerdotes que siguen atendiendo a los enfermos y ancianos de sus parroquias o como capellanes de los hospitales, con la debida precaución sanitaria, para acercarles la unción y la Eucaristía, y que siguen disponibles para acoger a los que necesitan el perdón con la confesión sacramental. Y también las familias que se reúnen para rezar el Rosario a la Virgen, y leer el Evangelio de cada día, mientras en cada hogar se sostienen unos a otros para poner alegría y consuelo en el conllevar juntos estos momentos desde el cariño entrañable y el afecto sincero que permite superar cuanto ha podido distanciar o enemistar por lo que realmente no vale la pena.

Nuestras cáritas siguen también atendiendo a tantos pobres con todas sus carencias. Hemos cerrado las iglesias, pero no la entrega cristiana que sigue haciéndose testimonio del verdadero amor en nuestros centros de acogida, albergues y cocinas económicas. Jóvenes de nuestras parroquias que se ofrecen a hacer la compra a los que por edad o enfermedad no pueden salir. Todo un himno a la esperanza por el que damos gracias, al tiempo que seguimos pidiendo la Gracia de saber estar a la altura de esta circunstancia, para lograr leer en estos inesperados renglones torcidos la historia hermosa que con nuestra pequeñez quiere contar Dios. A las 12h de cada día: cita con María en la oración del Ángelus, al compás de las campanas que nos lo recuerda. El Señor nos guarde y la Santina nos siga acompañando.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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