Huérfanos de padres vivos

Publicado el 03/04/2022
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Vivimos en una sociedad donde el padre ha quedado en preocupante medida excluido. No se trata de un ajuste de cuentas pendular entre el patriarcado y el matriarcado, donde “empoderadamente” la mujer madre quiere actualizar su ausencia secular para desplazar ahora al varón padre, sino que estamos ante un diseño de estrategia ideológica que pretende culturalmente demonizar la figura paterna hasta su exclusión más banalizadora. Son rastreables las matrices de este desplazamiento, las opciones teóricas y prácticas que se van introduciendo en el mundo legislativo, educativo y social, y se entrevé el horizonte que estas posturas quisieran alcanzar como meta revolucionaria.

La historia que ha descrito el cristianismo, cuenta con figuras relevantes que han sido referencias paternales sin ser paternalistas, y sin plantearse dialécticamente contra la maternidad. En este sentido, la figura de José de Nazaret destaca como una opción precisa y preciosa en la que Dios nos señala su misión nada menos que como padre adoptivo del Hijo de Dios. El ataque que la paternidad humana está sufriendo en este momento, no es simplemente un episodio fragmentario de una batalla coyuntural, sino que tiene mucha más envergadura y pretende desplazar el orden de las cosas que se inscribe en la ley natural y en la historia de la humanidad, de las que forma parte la revelación judeocristiana y la tradición cultural y religiosa a la que pertenecemos. Quienes pretenden deconstruir esa historia imponiendo ideológicamente una alternativa desde un nuevo orden mundial, saben que han de tocar los grandes núcleos que representan la vida, la familia y la educación, y dentro de ellas tres la misión que se reserva al varón y a la mujer con su vocación y misión complementaria, no rivales en una dialéctica enfrentadora.

Estamos ante una realidad en la que la crisis de paternidad implica también una crisis de maternidad, y genera lo que una jurista española, especializada en menores en riesgo, Blanca G. Bengoechea, ha acuñado con enorme precisión: «huérfanos de padres vivos». Es una verdadera foto fija que lamentablemente podemos verificar en tantos escenarios donde la paternidad (y la maternidad) está en manos de padres inmaduros que han renunciado de facto a nutrir, acompañar y educar en todos sus factores la vida que ha nacido por su medio. Huérfanos de padres vivos, es la deriva de tantos niños y jóvenes que han sido inoculados con el escepticismo más cruel hacia el amor verdadero, la paternidad responsable, la esperanza creativa de un mundo mejorable.

La paternidad que Dios confía a José respecto de Jesús, no es otra que la de cuidar la vida que el Señor pone en sus manos, no la que pudieron haber hecho ellas jugando a lo prohibido con sus mañas de artesano. La vida es un don, no una conquista, no un cálculo que se nos antoja para asegurarnos los planes y caprichos egoístas. José acepta ese acompañamiento de María y de Jesús, sabiendo que ninguno de los dos le pertenecía. Y actuará con responsabilidad para cuidarlos, a fin de que cada una de esas dos vidas logre en plenitud la misión para la que nacieron. Es la lección de la gratuidad, de saber estar sin apropiaciones, sin pretensiones, sino tan sólo al servicio del otro para que se cumpla en él lo que Dios desde siempre soñó y escribió para su felicidad.

Esta es la parábola preciosa que San José describe con su vida, y de quien podemos no sólo aprender sino también beneficiarnos por su intercesión desde el cielo. En un mundo culturalmente parricida y eclipsador del padre, necesitamos figuras como la de San José que cuida con discreción las vidas de María y de Jesús que le fueron confiadas, ejerciendo la paternidad como educación esmerada, no tanto poniendo en ella su pretensión, sino dejar que emerja lo que Dios en ella había sembrado.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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