Horizonte de esperanza

Publicado el 10/10/2019
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Hemos comenzado este mes misionero, especialmente convocado por el Papa Francisco. Yo quisiera en estas semanas compartir algunas de mis vivencias que tuve la posibilidad de gozar en la misión diocesana. En muy breve saldrá un libro que recoge todas esas memorias, y que presentaremos debidamente dentro de unos días. He tenido el regalo de Dios de poder acercarme a ese increíble continente que es África. Jamás pensé que mi condición de arzobispo de Oviedo me empujaría a semejante viaje para poder visitar a nuestros misioneros que allí trabajan pastoralmente en la Misión diocesana que tenemos en Benín, colaborando con el obispo de N’Dali. Desde hace más de treinta años, los misioneros diocesanos asturianos trabajan en la evangelización, con todas sus variantes pastorales, educativas, sociales, culturales.

Dios me ha llenado de sorpresa porque no ha dejado que me relajase como quien va “turísticamente” a un paisaje que no puede suscitar ninguna novedad. Muy por el contrario, tienes la sensación sinceramente trabada de que estás estrenando algo que supone un verdadero don, un inmerecido regalo.

Son mundos bien diferentes a los que por motivo de nacer en el lugar donde nací, y en la época de mis años, y dentro de la familia que me deseó, me esperó y me acogió, y en una comunidad cristiana como la de mi parroquia, o en un colegio religioso en el que crecí en tantas direcciones humanas y creyentes, y con mi vocación eclesial concreta que poco a poco fui descubriendo y secundando… En fin, ¡cuántas variables que en mi biografía personal han hecho que yo sea como soy porque así Dios lo quiso propiciando las diferentes circunstancias que me han sostenido y arropado!

Por todo ello, cuando aterricé estas tres veces en nuestra Misión diocesana, me sentía movido a ese estupor limpio y abierto tan propio de los niños que sin prejuicios se arriesgan a mirar la realidad dejándose provocar por ella, aceptando sus preguntas, teniendo paciencia con las respuestas. Con ese estupor inocente, Dios hace generosamente el resto, si no te encuentra parapetado en tu trinchera, sino abierto a cuanto la Providencia tenga a bien señalarte, susurrarte, con la indómita complacencia de quien se hace vulnerable y se apresta a escuchar, a reconocer, a agradecer y compartir la gracia imprevista con la que Dios bendice una bendita experiencia.

Como decía el apóstol san Juan: «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que os anunciamos» (1 Jn 1, 1). Cada día escribía unos renglones en mis páginas del diario y luego compartía con amigos cuanto suscitaba en mi corazón una vivencia inédita de mi vida cristiana, de mi ministerio como sacerdote y obispo, de mi vocación franciscana, de la Iglesia universal con todos sus mapas, todos sus climas, todas sus lágrimas y todas sus sonrisas.

En medio de tantos escenarios de este convulso mundo, cuando hay tanta mentira para arrebatar el poder o perpetuarse en él, al ver demasiadas violencias de toda calaña donde sufren y caen los más vulnerables sean quienes sean, de pronto… emerge este inmenso ventanal tan lleno de verdad, de belleza y de bondad, que he podido descubrir y gozar en las comunidades cristianas que atienden mis hermanos misioneros en África. Sé que en ese continente hay también pandemias, tragedias, masacres, genocidios… pero yo he podido ver un vergel precioso que abre a la esperanza en medio de un mundo que no sabe ni entiende cómo sería la vida si al mismo Dios le dejásemos sitio.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

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