Corazón rebelde

Publicado el 29/11/2018
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No lo puede remediar. No se sabe resignar. El corazón tiene sus leyes, tiene pálpito propio y no es servil para dejarse arrastrar por la corriente. Y así sucede que en medio de un horizonte que pinta mal por tantos motivos, hay algo en nosotros que se rebela ante lo zafio, lo cansino, la impostura, lo corrupto y violento, lo falaz y engañoso, lo trucado y tramposo. Pero, sin embargo, no hay claudicación por parte del corazón humano, y no dejará de esperar que suceda algo que cambie para bien la situación malhadada.
Es lo que los cristianos volvemos a escenificar llegando el nuevo tiempo del adviento con el da comienzo un nuevo año para los creyentes. Para aquellos primeros que esperaron a quien se espera en el Adviento, también una desazón anhelante vibraba como grito en su garganta: necesitaban algo nuevo, Alguien nuevo. Necesitaban abrazar una novedad que les arrebatase de sus ramplonerías vulgares, de sus encerronas sin salida, de sus dramas insolubles, de sus trampas disfrazadas, de sus odios y tristezas; Alguien que no jugara con sus crisis, y que pudiera solventarlas o les ayudase a vivirlas mirándolas de otra manera.
Sus ojos, cansados de mirar vaciedades; sus oídos hartos de escuchar verdades de cartónpiedra; y sus corazones, ahítos de seguir y perseguir una felicidad fugitiva, eran suficientes razones y representaban sobradamente la experiencia de cada día, como para esperar algo nuevo, Alguien que de verdad fuese la respuesta adecuada a sus búsquedas y anhelos. Era el primer Adviento. ¿Pero cómo es nuestra situación personal y social? ¿Cabe esperar a Alguien que en el fondo esperan nuestros ojos, oídos y corazón… o tal vez ya estamos entretenidos suficientemente como para arriesgarnos a reconocer que hay demasiados frentes abiertos en nosotros y entre nosotros que están reclamando la llegada del Esperado? Nosotros, dos mil años después tenemos necesidad de vivir con realismo cristiano la fiesta de la Navidad y este tiempo que litúrgicamente la prepara.
Cuando miramos por el ventanal de la terca realidad, vemos que las mismas cuestiones corregidas y aumentadas hacen que Él siga encarnándose. Porque necesitamos que el Salvador ponga fin a todos los desmanes que manchan la dignidad del hombre e insultan la gloria de Dios: esa lista de horrores y errores que nos sirven cada día los medios de comunicación en sus secciones de sucesos (y en las de economía, las de política, las de cultura, o educación, o sanidad).
En este tiempo de gracia que es el Adviento, Dios nos vuelve a poner delante la invitación a esperar: tú que gritas, que sufres, que dudas, que te lamentas, que intuyes la falsedad de tantos progresos pero que no aciertas a encontrar la verdad del verdadero…; tú que tienes tanto sin resolver en ti y entre los tuyos… ¡espera al Salvador, canta “ven, Señor”! Atrévete a hacer la lista de todas tus imposibilidades, de todos tus límites y desesperanzas. Dios las abraza, las toma en serio, las reviste de posibilidad.
Como desierto que florece, como pedernal que gotea, como yermo habitable; como espadas que se transforman en podaderas y lanzas que se usan para arar; como anciana que engendra al hijo toda una vida esperado o como virgen que concibe en su vientre sin conocer varón… así Dios quiere también hoy, aquí y ahora, en mí y entre nosotros, hacer posibles todos nuestros imposibles, como lo hizo en María. Volver a acampar su Palabra en nuestro terruño de penas y exterminios, para hacerlo fértil y feliz. Esta es la provocación amable y dulce con la que Dios nos vuelve a sorprender, dando la razón a nuestro corazón inquieto creado para el bien y la paz, la gracia y la belleza.

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