Aterrizando en este Perú visitado por el Papa

Publicado el 19/01/2018
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Aterrizando en este Perú visitado por el Papa

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Lima, 17 enero 2018

Una gran ciudad bella y cosmopolita, inmensa en su extensión de 2700 km2 y con una inabarcable población de casi 9 millones de habitantes. Fue llamada Ciudad de los Reyes y era la capital del Virreinato de Perú, la más grande que la corona española tenía en estos lares. Se fundó un 18 de enero de 1535: estamos de cumpleaños. Lima representa una de las capitales de aquel mundo nuevo que se descubrió, se evangelizó, y se volcó en él con desigual fortuna y acierto lo que aquellos primeros descubridores fueron a llevar en una de las epopeyas históricas de la humanidad. Allí estuvieron presentes también los misioneros. No eran comerciantes, no formaron parte de la soldadesca, no representaban a ninguna corona de esta tierra. En aquel nuevo mundo ellos quisieron anunciar la Buena Nueva. Y se deslizó con respeto un aire de libertad, de luz y gracia, que fueron escuchando aquellos buenos indígenas reconociendo en el mensaje y en los mensajeros el Evangelio que correspondía con cuanto, a su modo, habían buscado y tentado de mil maneras. La paz, la concordia, el perdón, la entrega, la misericordia, la belleza, la bondad… no eran virtudes “cristianas” sin más, sino que representaban los anhelos de cualquier persona de bien que ha nacido para ellas. Y, cuando alguien te las señala como camino, como pedagogía y talante, como anuncio liberador, entonces te reconoces en ellas.

Queda la huella de este paso misionero cristiano por estas tierras. Los franciscanos, los dominicos, los jesuitas, entre otros, han sembrado esta semilla a través de sus palabras y sus obras que permanecen en la historia. Colegios, hospitales, comunidades y parroquias, han sido espacios en los que con la alegría del Evangelio dar voz a los que no tienen voz, y poner nombre a las ansias más verdaderas. Anoche llegaba, ya tarde, a Perú, y me sobrevenían estos pensamientos cuando al salir del aeropuerto me topé con tanta gente buena. También nuestra tierra, Asturias, tiene este marchamo viajero de tantos misioneros nuestros que hicieron los mares sin hacer las américas. Vinieron para otra cosa y eso permanece. La huella de estos hombres y mujeres que escribieron con su entrega una hermosa página de humanidad cristiana, es el trasfondo que la visita del Papa Francisco se encontrará mañana cuando llegue a esta tierra peruana.
Para mí es un regalo inmerecido poder representar a la Conferencia Episcopal Española en esta visita apostólica del Santo Padre. No será un viaje inicuo cuando hay tantas heridas en el corazón de las gentes, que están necesitando un bálsamo que ponga paz y una voz que acierte a proclamar la verdad en la caridad y la justicia. Como dice Francisco en su mensaje con motivo de este viaje: «quiero hacerme partícipe de vuestras alegrías, tristezas, dificultades y esperanzas, y deciros que no estáis solos, que el Papa está con vosotros, que la Iglesia entera os acoge y os mira. Con vosotros deseo experimentar la paz que viene de Dios; solo Él nos la puede dar. Es el regalo que Cristo nos hace a todos, el fundamento de nuestra convivencia y de la sociedad».
Seguiré día a día los pasos de este mensajero, sucesor de Pedro, en las tierras peruanas. Y de estas notas viajeras daré cuenta para compartir esta gracia en quien tenga a bien leerlas. Queda en el aire aquel viejo mandato evangélico: «Id al mundo entero y anunciad la Buena Noticia». Así les dijo Jesús a aquellos primeros discípulos. Veinte siglos después, seguimos en la misma guisa aunque esta tierra ya estuviera evangelizada. Por eso, con el afecto y la emoción de quien se une a este especial mensajero, voy a acompañar al Santo Padre llevando España y Asturias en el corazón, sabedor de la larga trayectoria misionera que nuestra Diócesis ha escrito en su historia. Que la Santina, cuya devoción también fue traída por tantos asturianos que emigraron a estas tierras, bendiga desde su Santa Cueva este viaje del Papa.

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