¡Qué recuerdo!

¡Qué recuerdo!

Publicado el 27 de diciembre de 2017
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¡Covadonga, Covadonga, Covadonga! Como si el número tres, tan Bíblico él, quisiera añadir plenitud y gracia a una experiencia que se quiere comunicar al mundo entero… Ésta es la cariñosa y emocionada despedida que primero, mirándome a los ojos, luego extendiéndola hacia los picos que rodean los lagos y, finalmente, en su tercera repetición, clavándola fijamente en la firme roca del Auseva, proclamó Juan Pablo II su emocionada despedida de entre nosotros en aquel 21 de agosto de 1989.

Es todo un jubileo para los asturianos, son veinticinco años que tenemos que celebrar al tiempo que su gozosa canonización. Dicho en lenguaje popular: “¡quién me iba a decir a mí que estaba soportando la mirada de un santo que se despedía cargado de admiración por Covadonga!”

Había pasado una jornada feliz, después de una llegada, el día anterior, cargado de cansancio y con síntomas pre-gripales. Bastó una noche junto a la Santina para que aquel hombre fuese totalmente otro al amanecer del día siguiente y los temores sobre su salud quedasen eliminados.

Ya muy temprano, mientras aún en plena noche iban llegando los peregrinos, tuvimos un encuentro con el Patronato del Real Sitio. Su rostro era otro. Más aún, le animó la experiencia de oración en la que se sumió en la Santa Cueva… Primero con un texto que todos conocemos, luego en una larga oración privada y en silencio con la que contagió a todos los presentes; nadie se movía. Sólo el “tenemos que seguir, Santo Padre…” de D. Gabino, hizo posible bajar de aquel nuevo Tabor que tuvo lugar en la montaña santa del Auseva. ¡ Cómo nos enseñó a orar…!

Nunca la Explanada de la basílica manifestó tanto calor humano y de ferviente fe, a pesar de los muchos hitos que jalonan la historia de este santo lugar, para vivir aquella Eucaristía. En Ella proclamaba la voz fresca y limpia el salmista: “Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios” que le dio pie para cantar la alabanza del llamamiento cristiano y de mostrarnos a María como la plaza fuerte que une a la Iglesia como un día lo hizo en el Cenáculo.

Su homilía, junto con la oración, debiera ser el punto de partida o el prefacio de todo el que, como peregrino que aspire amores divinos, se acerque a Covadonga; seguro que vivirá la peregrinación de una manera distinta.

Manuel Antonio Díaz González

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