No tener miedo, abriendo las puertas a Dios

No tener miedo, abriendo las puertas a Dios

Publicado el 10 de octubre de 2017
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Lo recuerdo en aquella mañana otoñal romana, al término de su primera Misa como sucesor de Pedro, su primera Misa de Papa. Una niña pequeña, rubiales toda ella, se agarró a su mano y con Juan Pablo II fue saludando a fieles y curiosos, dignatarios y gentes principales, cardenales y obispos, jóvenes y ancianos. Era una imagen de frescura inaudita: un Papa tan joven, de la mano de una pequeña, paseando la esperanza que no defrauda y la alegría que no tiene fecha de caducidad alguna.

Antes dijo en sus palabras de la homilía lo que conmocionó a todo el orbe cristiano, lo cual supuso una primera entrega de un largo pontificado tan lleno de audacia, de vigor, de bondad, de belleza y sabiduría. Su voz eslava ponía gravedad, que no dureza, a aquellas palabras que indicaban que el “huracán Wojtyla” soplaba de veras: No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo.

Son palabras que me marcaron en mis años de mocedad seminarista, cuando escuché ese mensaje que parecía una evangélica consigna. Tanto es así que siempre me ha acompañado: cuando terminé mis primeros estudios de teología, cuando luego ingresé en la Orden Franciscana, cuando me ordené sacerdote, y cuando aquel hombre –ya un anciano veinticinco años después– me llamó para ser obispo.

No tener miedo, abriendo las puertas a Cristo. Sí, es más que un deseo piadoso, es todo un programa que educa la mirada, caldea el corazón, y que pone en pie tus mejores ganas para enviarte misioneramente a contar la historia de Dios repartiendo su gracia y su palabra. Hoy, cuando estamos ante el reconocimiento de la Iglesia como un modelo de santidad, no sólo me acojo a su intercesión, no sólo me ensimismo en su recorrido sacerdotal y episcopal, sino que vuelvo a escuchar lo que entonces tronó en la Plaza de San Pedro en aquella mañana otoñal. Esta vez lo dice paseando por esa otra inmensa plaza que es el cielo, de la mano de la Virgen María a la que tan tiernamente amó, con la compañía de todos los santos, tantos de ellos canonizados por él.

No tener miedo, porque Cristo ha entrado por mis puertas abiertas, porque no hay nada ni nadie que pueda robarme esta gracia de Dios. En el momento de ver en el catálogo de los santos a Juan Pablo II, y a ese otro Papa Bueno que fue Juan XXIII, no tenemos más que palabras de agradecimiento a la Iglesia que ha sabido acompañar a sus hijos en cada momento, dándonoslos como hermanos que nos bendicen, nos despiertan, se ponen a nuestro lado y con nosotros recorren los mil caminos que conducen no a Roma, sino al mismo corazón de Dios.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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