Santos Ángeles Custodios

Publicado el 02/10/2017
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Misa Santos Ángeles Custodios

2 de octubre de 2017

Patrones del Cuerpo Nacional de Policia

Parroquia de San Francisco de Asís, Oviedo

 

Estamos en los albores de este mes de octubre, y la fecha del día 2 nos trae litúrgicamente una memoria que tiene mucho arraigo en la piedad de nuestro pueblo cristiano: los santos ángeles custodios.

El evangelio nos ha recordado lo que quizás tantos de nosotros vivimos en nuestra infancia más tierna cuando nos enseñaron a rezar nuestros mayores las primeras oraciones, inculcándonos quizás la devoción al ángel de la guarda. De parte de Dios nuestra vida es protegida discretamente por quienes en su nombre velan nuestros caminos cuando nosotros no queremos eclipsar el mapa que dibuja los senderos que Dios frecuenta y en los que nos sale al encuentro. Ellos son serios y acatan las órdenes de protegernos con el respeto que tienen los modos y maneras del mismo Dios.

Así escucharían gozosos aquellos oyentes de Jesús aquella lejana mañana, cuando el Maestro puso en medio a aquel niño y le puso como ejemplo de la novedad que Él traía. Añadiendo que no se puede ni despreciar ni hacer daño a los pequeños, porque en un gesto de tierna solidaridad Jesús dijo que le despreciarían o dañarían a él mismo.

Esta fiesta litúrgica es una fecha en la que el Cuerpo de Policía Nacional española tiene su celebración patronal. Es una efeméride ya conocida de este comienzo de octubre, que en este año por razones sabidas, se nos presenta como un otoño bien caliente. Está bien traída la semejanza, casi una parábola evangélica, de auspiciar en nuestra sociedad una labor de salvaguardia por parte de la policía que no es angélica sino humana con todos los riesgos que esto entraña.

Los pueblos nos damos formatos de convivencia en los que queden salvaguardados los derechos y estimulados los deberes que hacen posible una convivencia pacífica en la justicia, solidaria en el bien común y constructora de un proyecto que permita escribir juntos una historia. De entre tantos modos, felices o desafortunados, la democracia es una fórmula política que ampara todos estos factores. Es algo que nos damos en la tierra de los hombres, no algo revelado por el Dios de los cielos, y por tanto es algo que puede ser tergiversado, manipulado, traicionado o pervertido.

En España nos dimos hace cuarenta años un carta magna, que con todos sus aspectos perfectibles, era lo que nos permitía vivir ese preciso proyecto que fue un verdadero ejercicio de respeto, consenso y concordia donde poniendo por encima lo que nos unía y lo que queríamos para todos, pudimos delinear un camino de madura convivencia. Pesaba la sombra de conflictos bélicos fratricidas, aislamiento internacional, una pesada gobernanza que condicionaba libertades dictatorialmente. Todo ello estaba en el ánimo de ese gesto de querer pasar página y comenzar un capítulo nuevo.

Ese marco legal de convivencia supuso acercamiento, trabajo entre todos, limar diferencias, hacer cesiones y concesiones razonables en aras de una memoria histórica atendible y respetable, y sobre todo no tanto mirando hacia atrás cuyas heridas queríamos suturar, sino mirando hacia delante para construir juntos desde nuestra rica pluralidad, un futuro mejor en la paz y la concordia. Romper este marco de modo unilateral, cizañarlo con la insidia que enfrenta y divide, falsear con la mentira todas sus trucadas alternativas, engañar con vileza a un pueblo para hacerle cómplice de una inconfesada deriva… todo eso no sólo atenta contra el Estado de Derecho, no sólo mina la convivencia, sino que es profundamente inmoral. Y esto deja de ser sólo una cuestión delictiva política y  penalmente hablando, sino que es también inmoral, es claramente un pecado.

Hemos visto cómo en estos días, y especialmente en el día de ayer, se ha escenificado una situación bien compleja por lo contradictorio de su maña, de su reivindicación y de su impredecible deriva. Ladrones de guante blanco y corrupción evadida que acusan a España de robarles; terroristas de un Estado de derecho que exigen se les respete las leyes que ellos mismos se cocinan; invocadores y fautores de una independencia impuesta desde el fragmento de su minoría al todo de una mayoría que impunemente desprecian; maestros de la manipulación y la mentira, con la que se auto-victiman con palabras vacías y con algunas lágrimas furtivas para completar el engaño; artífices de una ruptura de cinco siglos de convivencia mutua, y de cuarenta años recientes de democracia, quizás para amnistiar legalmente sus vergüenzas y para dinamitar España y Europa con sus praxis antisistema.

Vuestros compañeros policías nacionales y guardias civiles que están en estos momentos en primera línea en ese rincón de España que es Cataluña, tienen todo mi afecto, mi gratitud y mi comprensión. Y vosotros que estáis en esta retaguardia también.

Mucha gente me ha parado en estos días, gente sencilla, gente buena, que está asustada por toda esta engañifa. Yo no les he dicho más que lo que un pastor de Jesucristo puede decirles: hemos de rezar al Dios de la paz que nos haga instrumentos de su paz, y pedir al buen Dios que nos permita la mesura allí donde nos hayamos excedido, la verdad que ponga fin a nuestro engaño, la justicia cuando hemos abusado, la esperanza cuando el desaliento o el miedo pretenden destruirnos. Orar pidiendo al Señor todo esto, pedirlo a nuestros santos ángeles, pedirlo a la Santina.

Una antigua canción medieval de la bella región italiana de la Umbría, conserva todavía hoy un hermoso ritual con el que los cristianos de entonces terminaban el día y se preparaban para un día de fiesta. Las gentes regresaban a sus hogares tras una jornada dura de trabajo en el campo. Venían tarareando sones populares que les recordaban el hogar, el reencuentro con la esposa y los hijos, con los que compartirían la cena y las viejas historias en torno a un fuego apacible. Era un momento de intimidad familiar lleno de magia y de ternura. Afuera, las enormes puertas que rompían la muralla que rodeaba la ciudad, atardeciendo se cerraban. Entonces se entonaba la canción del día ya declinado. Sucedía en Asís, la patria de San Francisco. Trompetas y cantares esparcían al viento su mensaje: que las puertas de nuestra ciudad se cierren para que no puedan asaltarnos los temores de la noche ni los enemigos que maquinan en la oscuridad. Y que los santos, nuestros santos, velen por nosotros, mezan el cansancio de la fatiga de este día, nos permitan descansar con aquellos que amamos y esperar gozosos que amanezca el día festivo que juntos esperamos. Que los ángeles y los santos nos bendigan de parte del buen Dios. Paz. Siempre paz.

Era hermoso este ritual de una ciudad cristiana. Sobre todo porque ponía en juego lo que en cada momento de la historia estaba en danza: el trabajo honrado, la familia como hogar entrañable, la paz ensoñada para todos, los enemigos vigilados al abrigo de la seguridad, y la compañía de los ángeles y los santos como guardianes de la belleza y de la serenidad bondadosa que como gracia cotidiana se volvía a pedir al Señor.

No aludo a este cantar como nostalgia de tiempos pasados, sino más bien como sereno deseo de lo que es de suyo intemporal precisamente por su bondad y hermosura intrínsecas en un momento de enorme preocupación en la convivencia de nuestra Patria. Cada uno de nosotros volvemos cada tarde a nuestro hogar, señalando la familia como ese espacio en donde somos abrazados sin ninguna trastienda: donde se reconoce en cada uno lo más noble con gratitud, y donde se corrige en cada cual lo más torpe con paciencia. Uno desea y vuelve a desear que ningún asaltante destruya la concordia de un pueblo, en nombre de motivos oscuros e inconfesables que nos rompen e insidian.

Al diálogo nos invita el papa Francisco, y al diálogo hemos invitado los obispos españoles recientemente. El diálogo es, sin duda, es algo importante cuando una palabra transcurre, fluye, se sabe exponer al matiz de otras palabras, se deja colorear por otras claves cromáticas que no anula tu original discurso sino que lo enriquece. Pero hemos de hablar y dialogar, desde el respeto a las personas y a las leyes que nos hemos dado para que no haya trampa ni abuso en una convivencia fraterna que no tiene como precio el chantaje injusto de demasiada manipulación y de una hipócrita violencia.

En esta celebración de los santos ángeles custodios, invocamos la ayuda de Dios en estos momentos, pedimos en el día de su fiesta patronal por la policía nacional, por sus familias, mientras elevamos confiados nuestra plegaria pidiendo al Señor que nos bendiga con la paz y con el bien. Y como rezó san Pedro Poveda en Covadonga, en un momento dramático y difícil como los años treinta del siglo pasado: Santina de Covadonga, sálvanos y salva a España. Amén.

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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