Saber dar gracias por cinco siglos de historia            

Publicado el 22/06/2018
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Lo hacemos todos al llegar las fechas de un acontecimiento que rememoramos en nuestra vida más personal o en la de un grupo que por algún motivo nos sentimos vinculados. Es sólo eso: una remembranza. No es que volvamos a nacer, si es el cumpleaños lo que festejamos; ni tampoco es que lo vivido con otras personas se borrase para siempre y entonces tuviésemos que volver a empezar. Es, como digo, una simple remembranza, pero que tiene un profundo significado ese rito de felicitarnos.

La vida sabemos que cuando es vivida en serio, es siempre una vida que se puede conjugar verbalmente: en el tiempo pasado, en el tiempo presente y en el tiempo futuro. Porque si censurásemos alguno de estos tres tiempos, nos arrojaríamos a una reducción que puede ser enormemente peligrosa. No estamos ajenos a esas reducciones tantas veces, que dan como resultado la tristeza nostálgica de quien sólo sabe y quiere recordar el pasado; o el temor nervioso de quien se asoma al futuro con una mirada nublada y perdida por el miedo de lo que pueda todavía venir; o la improvisación superficial y alocada de quien toma el presente que tiene entre sus manos como algo que no tiene procedencia ni luego tendrá proyección.

Lo afirmaba con hermosa convicción el Papa San Juan Pablo II cuando nos regaló esa guía de viaje para el tercer milenio cristiano que conmemoramos al llegar el año 2000. Decía el Papa santo: hemos de mirar el pasado con agradecimiento, con verdadera pasión el presente y tener ojos de confianza cuando nos asomamos al futuro aún no llegado. Es una precisa manera de hacer la remembranza, el recordatorio de algo y de alguien.

En Asturias estamos de enhorabuena por una de esas cifras redondas y fechas señeras al recordar nada menos que quinientos años de presencia de la querida Orden de Predicadores, los dominicos, que llevan entre nosotros estos cinco siglos desde que aquellos primeros frailes, hijos espirituales de Santo Domingo de Guzmán, fueran acogidos por el entonces obispo Diego de Muros.

Desde 1518 han ido sucediéndose tantos avatares en el mundo eclesial, cultural, político, social y cultural. Desde los más hermosos y benéficos hasta los más crueles y destructivos. La presencia de cuanto los frailes dominicos fueron sembrando desde que llegaron a nuestra tierra, nos fue acompañando a la comunidad cristiana de esta diócesis, así como a la sociedad en medio de la cual estamos. Han sido siglos de predicar el Evangelio de tantos modos. Desde el anuncio de la Palabra de Dios, a la formación de comunidades y acompañamiento de tantas personas sosteniendo su fe, encendiendo su caridad y alentando su esperanza. Ha habido también un trabajo pastoral y ministerial de acercar con los sacramentos la luz que viene de Dios, su perdón, su gracia, su consuelo, su misericordia y su paz. Y ha sido preciosa la labor educativa de tantas generaciones de niños y jóvenes a través de los colegios que ellos han fundado y mantenido formando a los hombres y mujeres del mañana que pasaron por sus aulas aprendiendo tantas cosas para la vida. En sus conventos, en sus centros docentes, en las parroquias que han asumido con una hermosa comunión y colaboración eclesial con la Diócesis que les acogió.

Por todo ello queremos dar gracias mirando al hermoso pasado de cinco siglos, y con verdadera esperanza nos atrevemos a seguir soñando en el futuro que Dios nos seguirá regalando, mientras que con humilde pasión queremos abrazar el presente que el Señor pone en nuestras manos. Dios sea bendito por el regalo que supone para Asturias la presencia de mis queridos hermanos los frailes dominicos.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
21 junio de 2018

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