Las varias navidades

Publicado el 28/12/2017
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No hay varias navidades, porque sólo hay una verdaderamente cristiana, aunque haya tantas formas de vivirla. Cuando en nochebuena estuve en la cárcel de Villabona toda la mañana del 24 de diciembre, o cuando esa misma noche repartí la cena en la Cocina económica de Oviedo, eran dos escenarios bien diferentes a las navidades que yo recordaba de mi infancia, la que vivo con las parroquias y con la gente que Dios pone en mi responsabilidad pastoral.

Se nos agolpan los mil recuerdos de tantas navidades que hemos ido viviendo a través del paso del tiempo, con tantos escenarios delante de nosotros, con tantos paisajes por dentro. La liturgia de este tiempo insiste en un adverbio de tiempo: “hoy”. Hoy os ha nacido un Salvador, dijeron los ángeles mensajeros a aquellos pastores adormilados en sus majadas. Hoy es también la fecha que tiene los años de mi edad, hoy es igualmente la circunstancia que me rodea con toda su carga de fatiga, cansancio, interrogantes con los que nos astillamos, así como de ilusiones, esperanzas y regalo con los que la vida nos gratifica. Hoy es la gran prueba de si hemos entendido el significado de la Navidad como algo que me corresponde a mí, a lo que yo soy ahora, a cuanto me arruga y aplana y a cuanto me alegra y esperanza. De lo contrario, estaremos celebrando la Navidad simplemente porque toca celebrarla por el imperativo de un calendario y la inercia de las usanzas, pero no porque sea el abrazo inaudito e inmerecido de un Dios que, haciéndose hombre nacido de María Virgen, quiere hospedarse en mi casa, esa que tiene el domicilio de mis cosas buenas y malas, y la época coincidente con la edad que me gasto.

San Juan nos refiere al comienzo de su Evangelio con estremecedoras palabras, qué es lo que hizo el Hijo de Dios: “la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Una imagen que muy bien podría comprender aquel Pueblo que sabía a lo largo de su historia lo que significa vivir a la intemperie y cobijarse en una tienda. La tienda era para el pastor, para el peregrino, para el viajante… un lugar de reposo, de restablecimiento de las fuerzas desgastadas.

Dios es el que ha querido “acamparse” en el terruño de todas nuestras intemperies, enviando a su propio Hijo como una tienda en la que poder entrar para cobijarnos de todos los descobijos pensables. Dios ha cambiado de dirección viniéndose a nuestro barrio, a nuestra casa. Pese a todos los nobles esfuerzos de hacer un mundo nuevo y una Iglesia renovada, constatamos nuestra incapacidad para diseñar un mundo que sea por todos habitable, en el que las sombras de guerras, insidias, mentiras, corruptelas, tristezas, injusticias, muertes… no eclipsen el fulgor por el que sueña nuestro corazón.

Un Dios hecho niño que tendrá que aprender nuestra lengua y nuestros gestos para contarnos una Buena Noticia que no caduque, ni dependa de las urnas de nuestros enjuagues ni de las bolsas cambiantes de nuestras crisis económicas. Como los pastores, dejémonos asombrar por los ángeles enviados de hoy, y vayamos a adorar al Niño Dios, siendo sus testigos en medio de nuestro mundo. Sólo así podemos cantar en verdad el más bello villancico, que tiene la música de los ángeles y la letra de nuestros avatares cotidianos. En el pentagrama de la vida, Dios quiere ayudarnos a interpretar la música y la letra de la cantata que compuso para nosotros. Nuestro viejo tambor, las campanas de estos días, las guirnaldas y el turrón, los encuentros de familia y el sencillo deseo de un mundo mejor, hace que nos felicitemos con sabor a estreno porque Dios lo posibilitó. Feliz Navidad cristiana.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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