JRJ: la nueva esperanza

Publicado el 19/04/2018
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Fue como una marea bondadosa de tantos jóvenes adultos. De entre los muchos actos que se están realizando en Covadonga, este era uno de los más esperados con ilusión y atrevimiento: fin de semana con la Santina. Hace treinta y tres años el papa San Juan Pablo II tuvo un sueño y quiso mostrar a la humanidad que la Iglesia era joven, como luego dijera Benedicto XVI en su homilía de comienzo de pontificado. Recién ordenado sacerdote estuvo cerca de los jóvenes con los que iba a escalar montañas, a bajarlas esquiando por sus laderas nevadas, a deslizarse por los ríos montados en las piraguas. Y en ese ambiente de naturaleza, paisaje del mismo Dios que la creó, les iba transmitiendo a Jesucristo como ese amigo que vive, que nos conoce, que se pone a caminar a nuestro lado como hizo, tras su resurrección, con los discípulos.

San Juan Pablo II les despertaba la pasión por la belleza de la vida cristiana, y de aquellos encuentros salieron tantas familias cristianas donde chicos y chicas se conocieron, salieron tantas vocaciones a la vida consagrada, y tantas vocaciones al sacerdocio que fueron llenando los seminarios. Por este motivo, quiso aquel querido y recordado papa proponer ese sueño de convocar a toda la juventud cristiana en las llamadas JMJ, Jornadas Mundiales de la Juventud. Eso sucedía en Roma en 1985. Así ha nacido esta preciosa edición de nuestra primera JRJ, Jornada Regional de Jóvenes. Irá rotando por las cuatro Diócesis que componen la Provincia Eclesiástica: Oviedo, Astorga, León y Santander.

María fue la propuesta que les acercamos a esos casi 500 jóvenes: una primera cristiana, la más grande y cercana que Dios ha puesto a nuestra vera. María vivió pidiendo que se hiciera vida y entraña la Palabra que Dios mismo guardó para Ella. No hizo otra cosa sino vivir esa Palabra cuando Dios se la decía llenando de luz sus pasos e incluso cuando Dios con una aparente oscuridad la silenciaba. Por eso María fue dichosa entre todas las mujeres, por haber creído, por haber acogido, por haber cantado y contado la Palabra de Dios para la que nació bienaventurada. Es lo que hemos querido recordar en Covadonga, dentro del primer centenario de la coronación de nuestra Santina.

Subí con ellos desde Cangas de Onís por el bosque para unirme a su andanza. La vida se abre en ellos llenando de esperanza el horizonte de una humanidad distinta. No hubo botellón, ni se arracimaron indignados con pancarta de encargo; no corrió el humo de la droga porrera ni hubo colocón pastillero, tampoco alcohol siempre prematuro que desinhibe la mesura y traiciona la verdad trucando con chantaje los encantos. Chicos y chicas acompañados por sacerdotes, seminaristas, catequistas, religiosas, de nuestras parroquias, colegios y asociaciones católicas, mochila en ristre hasta Covadonga por el valle Auseva.

Fue preciosa la vigilia de oración. Un silencio todo lo envolvía y la noche puso su escenario de penumbra, que era rasgado por las antorchas de nuestras velas, permitiendo iluminar discretas nuestros rostros donde brillaban los ojos que buscan a Dios. Colocamos nuestras pequeñas luminarias a los pies de la Santina, como quien se hace mendigo de una luz mayor, esa que nace de lo alto y que nos regala el Señor que nace de María.

Quiera el Señor que volvamos a la vida de cada día, donde están los estudios, los trabajos, las preguntas, las relaciones, los proyectos sin dibujar vocacionalmente y los sueños enamorados. Ahí, por donde cotidianamente se pasean nuestros pasos, ahí se nos regala el don de sabernos acompañados por Jesús que nos da su paz resucitada, que pone su mano en nuestro hombro y cambia con su luz nuestra mirada.

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