«Cuando Dios se hizo mestizo». Cuarta crónica de Mons. Jesús Sanz desde Perú

Publicado el 21/01/2018
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+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Trujillo, 20 enero de 2018

Trujillo nos esperaba con su aire conquistador, y cuando habían pasado más de cuatrocientos setenta años desde que el extremeño Francisco Pizarro formalizase su fundación, Trujillo se convertía para nosotros en la conquistadora por su belleza antigua y colonial, sus ancestros precolombinos y todo cuando ha sido capaz de ir construyendo hasta nuestros días entre la herencia recibida y su adecuada innovación. Fuimos conquistados por todo el encanto que rodea esta hermosa ciudad que es conocida con el sobrenombre de “la eterna primavera”.

Impresiona también en esta parte del noroeste de Perú, la cálida acogida que se le ha brindado al Papa Francisco en esta tierra andina. No ha sido el caso de la cercana Chile, cuyo viaje ha tenido otras connotaciones poniendo tono bronco y ausencia de gente al paso del Santo Padre por esas realidades chilenas que han afectado en no pocas turbulencias a la Iglesia de ese país. Por eso, viniendo desde allí con esa fundada impresión de no haber suscitado ilusión en la acogida que se demostró fría y escasa, sobresale en estos días peruanos la hospitalidad calurosa y filialmente eclesial que al sucesor del Apóstol Pedro se le ha querido ofrecer
Ayer estuvimos con indígenas y sus problemáticas territoriales y culturales que vienen siendo tantas veces pisoteadas por los intereses de poderosos intrusos en la vida armoniosa de estos pueblos. Pero hoy era otro el lamento triste y otra también la plegaria solidaria, por lo que en toda esta vasta zona dejó sembrado el “Niño costero” con su furia de huracán embravecido que arrasó casas y haciendas en una catástrofe natural de primer orden. En la orilla del mar calmo pudimos ofrecer nuestras oraciones celebrando la santa Misa, mientras pedíamos por los casi doce mil damnificados que han perdido a seres queridos y los enseres para poder seguir sobreviviendo
El marco era muy sugestivo: una playa alargada y ancha que acogía a más de medio millón de cristianos, en su mayoría jóvenes, y en familia. Allí, entre la brisa marina de unas olas que nos arrullaban al romperse pronto para no importunar ese improvisado templo, se bailó la “marinera” a la llegada del Papa al recinto, por parte de un grupo de jóvenes ataviados con los colores vivos de este ceremonial. El excelente coro y orquesta de jóvenes, dieron la nota bien dada, ayudándonos con su música popular religiosa y algunas piezas clásicas de Franc o de Mozart. Fue una misa como cuando Jesús juntaba a sus discípulos a la orilla para restañar sus heridas y lavar sus borrones, mientras compartía un pescado sobre brasas encendidas, tras el milagro penúltimo de llenar unas redes vacías tornándolas en plenitud. Allí estábamos cada cual, con sus redes llenas de vacío o vacías de tantas cosas. Y allí se nos dijeron palabras vivas que nos ayudan a reconocer a quien vino y viene como Vida en nuestras cosas mortecinas, Luz en nuestras penumbras y Paz en nuestros conflictos: Jesús el Señor
Tuvo luego el Papa Francisco dos encuentros más. El primero fue con los obispos, sacerdotes, religiosas y seminaristas. Este “gremio” de especial consagración, llenábamos el patio central del Seminario de Trujillo. “Que no se marchiten vuestras vidas”, se nos dijo con audacia y mucha fuerza. Era como una invitación a sacudirnos siempre las inercias que nos hacen cansinos y escépticos ante las cosas: las que antaño nos sucedieron, las que se cumplen cada día, y aquellas que vendrán y, por ahora, desconocemos. Se nos invitaba a no descuidar esta memoria viva que nos hace lúcidos para seguir viviendo en la vocación que se nos ha hecho a cada uno como una consagración cristiana particular
Con un consejo final, sencillo y hermoso, que nos hizo el Santo Padre, se puso una guinda de moraleja: acudid a los mayores (se refería a los obispos ancianos, los curas mayores, las religiosas de mucha edad): que no falte en ellos los sueños para que no falte en vosotros la profecía. Y, utilizando una metáfora africana que le había contado el Nuncio, apostilló: los jóvenes siempre corren más veloces, pero sólo los ancianos conocen el camino. Toda una lección para la mutua convivencia.
Finalmente acudimos a la plaza de la Armería, para tener un breve acto mariano con la coronación de la imagen de la Virgen de la Puerta. María, dijo el Papa, es mestiza. Y viste como las mujeres de aquí, y se la invoca con el nombre con el que los más pequeños llaman a su madre. Francisco quería indicar cómo Dios y María se han hecho mestizos con esta raza resultante. Me pareció una hermosa anotación. Jesús y la Virgen no son extraterrestres, ni colonizadores, sino que se hicieron uno de nosotros con el más delicado respeto, fueron nuestros desde el primer momento. Un río de niños y jóvenes, también de personas adultas y algunos ancianos, nos iban saludando con mucha efusividad y entusiasmo, al tiempo que nos pedían la bendición. Es el estribillo de estas gentes sencillas que saben que Dios y María tienen su mismo color de piel, asumen su historia, hacen suyas sus heridas y ponen nombre y cauce a la esperanza. “Padre, bendición”. Al darles la bendición, yo era en ellos bendecido.

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