«Amazonía, los saberes y los sabores». Tercera entrega de las crónicas de Mons. Sanz desde Perú

Publicado el 20/01/2018
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+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Amazonía, 19 enero de 2018

Amaneció para nosotros muy temprano, aunque tardó luego en salir el sol. Y es que hubo que levantarse a las cuatro y media de la mañana, porque debíamos recorrer los mil seiscientos kms. que distan Lima de Puerto Maldonado, en el corazón de la Amazonía peruana. En un avión militar llegamos a esa imponente selva amazónica, tupida por una foresta donde todo es verde frondoso con los árboles que desde el cielo aparentan una alfombra de verde rugoso, cuya uniformidad se rompe sólo por el serpentín de los dos ríos que la recorren y atraviesan. Se trata de los ríos Madre de Dios, que da nombre a la región de la que Puerto Maldonado es capital, y Tambopata. Estamos en la época de lluvias, y cuando menos te lo esperas cae torrencial con una fuerza como si nunca hubiera llovido. Tienen los ríos color achocolatado, como es propio de las aguas turbulentas que caen con tanta fuerza y frecuencia.

Aterrizamos y me topé con esas dos características que a primera vista percibes y asimilas al mirar a la gente: es una tierra que tiene sabores y tiene saberes. Los sabores de una riqueza natural que te devuelve lo verdadero de la vida y la naturaleza, sin mezcla de artificio, sin abuso de ningún maleficio, tal y como salió y sigue saliendo de las manos incansables de Dios Creador. Es un sabor humilde, que deja dulzura en tu mirada cuando los ojos se atreven a mirar las cosas como las cosas son. Y los saberes de una gente de cultura antigua y ancestral, que acierta a vivir las cosas importantes y no tiene pretensiones inútiles de perder la vida en lo que no vale la pena. Un saber de sabiduría auténtica, que entiende la importancia de la familia, de los hijos a los que educa con cuidado, de los ancianos que protege con respeto y gratitud, de las relaciones entre las personas sin usarlas y tirarlas. Un saber lleno de la armonía que por doquier te circunda, como quien se atreve a aprender de la “hermana madre tierra” –como cantaba San Francisco de Asís– todo lo que en ella nos quiere enseñar Dios
Encuentro con las culturas de estos diversos pueblos que venían con sus atavíos vistosos y plumajes varios. Cantaron y danzaron delante del Santo Padre, y a todos nos recordaron unos pasajes preciosos de la encíclica Laudato Sii, que escribió el Papa Francisco a propósito del cuidado de la casa común que es la tierra que se nos ha dado, y de la vida que en ella sufre tantas amenazas. Lo hicieron en una de las lenguas amazónicas, como queriendo mostrar la estrecha sintonía entre lo que cantó San Francisco, lo que propuso el Papa Francisco, y el reto que tenemos delante a la hora de mirar y cuidar ese don que el Creador ha puesto en nuestras manos. Pero me ocurrió algo

Una mujer indígena estaba al pie de la escalera del estrado. Al bajar los obispos se me quedó mirando pidiéndome que me acercara. Una joven madre, de rasgos indios preciosos, cuyo pelo negro de azabache era recogido por una cinta multicolor y una pluma graciosa que lucía como tocado. Su pequeño estaba a su lado durmiendo en un colchón improvisado que ella le preparó con unas inmensas hojas de aquellos árboles gigantes. Con lágrimas como perlas, me dio un sobre arrugado y cerrado que decía: “para el Apaktone Francisco”. Y me dijo: “dásela al Papa de mi parte, dásela, por favor. Llevo tres días caminando por las trochas de estos caminos de selva con mi hijito a cuestas. Frío, lluvia, hambre… pero hemos llegado. Dale esta carta al Apaktone Francisco”. Yo quedé conmovido e inmóvil a la vez. Tomé ese sobre que me quemaba en las manos. Me hacía mensajero inmerecido de una esperanza que, posiblemente, en su contenido, estaba pidiendo esa humilde joven madre. Se la haré llegar, sin duda alguna. El Apaktone, papá, es el modo con el que ellos llamaban a un misionero asturiano dominico, Fray José Álvarez Fernández, quien durante más de cincuenta años en el siglo pasado recorrió la Amazonía predicando el Evangelio y repartiendo la gracia de Dios y la fraterna humanidad. Sabores y saberes de una gente que tiene tierra
El Papa hizo una valiente defensa de este rincón de biodiversidad único en el planeta, y que puede estar amenazado por los intereses de quienes lo explotan deshumanizadamente, rompiendo la armonía, envenenando los ríos, talando los bosques y perforando impunemente el suelo para esquilmarlo en su avidez de oro o petróleo. Se amargan los sabores, se censuran los saberes, y la obra de Dios queda destruida mientras se mata la esperanza de estos hermanos nuestros. Bendito el Apaktone Francisco, que ha venido en el nombre del Señor.

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