«Lima, en su espera cumplida y gozada». Segunda entrega de las crónicas desde Perú.

Publicado el 20/01/2018
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«Lima, en su espera cumplida y gozada». Segunda entrega de las crónicas desde Perú.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Lima, 18 enero 2018

Suenan los motores del avión que sobrevuela la ciudad de Lima. El espacio aéreo está totalmente despejado y protegido. Hace horas, para algunos, muchas horas que se espera que ese avión, precisamente, aterrice. Llega alguien de quien recibir algo importante que no son milongas vacías para recabar voto o salvar la prebenda de su blindado privilegio. No hay una cumbre de los poderosos bienpensantes, los amos de la opinión y quienes mueven sin dolor los hilos del mundo en su propio beneficio.

Personas sencillas que se agolpan en las avenidas en las que más de una vez en estos días se aprestarán a ver pasar a alguien que merezca la pena. Los he visto apoyados en las barandas que protegen el cortejo que verán fugazmente pasar. Y aguantan el sopor de un calor húmedo bajo unas nubes grises que jamás nos regalan unas gotas refrescantes de la hermana agua. Pero ahí están, en la espera que les vale la pena por cruzarse sus miradas con los ojos del Papa. Y las pancartas lo han ido anunciando con el célebre lema que hace dos mil años otros vitorearon al llegar Jesús a la ciudad santa de Jerusalén en aquel primer domingo de Ramos: ¡bendito el que viene en el nombre del Señor!, le decían totalmente entusiasmados entonces. Y eso mismo le dicen al Papa Francisco a su llegada a Lima. Algún rotativo más desenfadado y juguetón, lo ha dicho con gracioso desparpajo como quien abusa con respeto cariñoso de una confianza que suponen y desean: “Bienvenido, Panchito”, ha publicado a todo color en su portada.
Viene el Santo Padre directamente de Chile, donde ha estado estos tres días y pico entregado a la misma causa de confirmar en la fe a los hermanos y alentar la esperanza encendiendo en los corazones una llama que no se apaga, aunque haya habido quienes la han querido sofocar. Es fácil enarbolar fallos de personas o comunidades para reprochar a la Iglesia su debilidad omitiendo su inmensa aportación en todos los sentidos a favor de la humanidad a la que sirve en nombre de Cristo. Claro que los cristianos cometen fallos, y que hay un abismo de desproporción entre el ideal evangélico que Jesús propone y nuestra vida mediocre que a menudo deja tanto que desear. Somos pobres vasijas de barro que llevan un tesoro en sus adentros: la maravilla no está en el continente sino en la belleza y verdad del contenido, una dulce llama que alumbra sin deslumbrar, Cristo.
Algunos han querido soplarla ejerciendo de advenedizos apagafuegos con las cantinelas y soflamas de una consigna orquestada por quienes son ya conocidos en el arte del escrache. No les importa en absoluto el candelero, que ya se sabe que es frágil, sino la luz que en él desean censurar. Pero Francisco en ese país hermano no se ha callado y ha dicho, a quien ha querido escucharle, las verdades claras del Evangelio a propios y extraños. No ha repartido estopa, que no era el tema ni es la manera cuando tiene ante sí el mapa de la humanidad entera en el rostro de los chilenos con sus luces y sombras, sus dudas y certezas, sus heridas y esperanzas, como padre de una cristiandad inmensa. Pero sí ha querido desgranar en Chile lo que, estoy seguro, va a hacer aquí en Perú en cuanto ponga pie en tierra dentro de unos instantes: que la Iglesia no es una élite de clérigos que usan baratamente el tiempo y las mañas de los laicos, sino que todos formamos parte de esa familia nueva que Jesús fundara, cada cual con su papel; que no hay derecho alguno que pueda esgrimirse destruyendo al que piensa distinto y, por eso, no se puede pedir reconocimiento cuando se está aniquilando al otro; y a los jóvenes ha querido decirles que quien se acerca a Jesús queda encendido: «Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie. Ese pensamiento, como le gustaba decir a Hurtado, es el consejo del diablo que quiere hacerte sentir que no vales nada… pero para dejar las cosas como están».
Ya ha aterrizado el avión papal. Llega a Perú para hablar a su pueblo: el que el buen Dios le ha querido confiar como sucesor de Pedro. Bienvenido Santo Padre, bienvenido Panchito. Bendito el que viene en el nombre del Señor

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